Los primeros metales que descubrió el hombre fueron los llamados preciosos, luego aparecieron los industriales y por último el comercio de la metalurgia que vino a cambiar el sentido de la historia.
El cobre, junto con el oro y la plata, es de los primeros metales utilizados en la Prehistoria, tal vez porque, a veces, aparece en forma de pepitas de metal nativo. El objeto de cobre más antiguo conocido hasta el momento es un colgante oval procedente de Shanidar (Irán), que ha sido datado en el año 9500 a. C. Sin embargo, esta pieza es un caso aislado, ya que no es hasta 3000 años más tarde cuando las piezas de cobre martilleado en frío comienzan a ser habituales. Como el cobre podía volver a fundirse muchas veces, éste solía convertirse en lingotes, a veces con una forma peculiar (como los del Mediterráneo oriental, que recuerdan al pellejo de un animal), para luego fabricar diversos objetos por fusión y colado en moldes. El cobre es muy maleable y dúctil, podía martillarse en frío o en caliente, con lo que se duplicaba su consistencia y dureza.
El testimonio más antiguo que se tiene de la existencia del bronce se da en una cueva de las montañas del mar Muerto, en Israel, donde se halló un escondrijo con más de 400 objetos datado en el 3000 a. C. Esta fecha debe ser considerada como el inicio de la edad del Bronce en el Próximo Oriente. Momento que coincide, aproximadamente, con el apogeo de las grandes civilizaciones antiguas de Mesopotamia, Siria, Canaán y el valle del Nilo, y un poco antes de que surja el imperio Hitita en Anatolia, así como las culturas prehelénicas del mar Egeo. Los metalúrgicos de estas áreas, para satisfacer la demanda de cobre, estaño y metales preciosos, debieron de convertirse también en exploradores y comerciantes en busca de minas y ofreciendo sus productos a cambio de las preciadas materias primas.
Los habitantes de Siria, Palestina, Anatolia y el Egeo dirigieron sus expediciones hacia Europa, remontando el Danubio en busca del estaño de Bohemia y Hungría; o bordeando el Mediterráneo hasta el sur de la península Ibérica, donde obtuvieron el cobre argárico. Con el tiempo remontaron por el Atlántico hasta alcanzar las islas Británicas, en busca del cobre y el estaño de Cornualles y el oro de Irlanda. Así, en el segundo milenio antes de nuestra era, Europa entra en la Edad del Bronce. El bronce europeo se caracteriza, en un principio, por una gran varidad de culturas que comparten un sustrato común que incluye la construcción túmulos funerarios, sería ocioso citarlas todas pero cabe destacar, en Europa central, el linaje de la cultura de Unetice-cultura de los Túmulos-Cultura de los Campos de Urnas, que, a pesar de las evidentes diferencias, parecen compartir cierta continuidad cultural y racial. Aparte conviene mencionar la cultura ibérica de El Argar y todas aquéllas que se desarrollan en la cornisa atlántica, cuya idiosincrasia pervive hasta épocas históricas.
El Hierro es uno de los elementos que más abunda en la Tierra. Después del aluminio, es el metal más abundante, sin embargo, su utilización práctica comenzó 7000 años más tarde que el cobre y 2500 años después del bronce. Este retraso no se debe al desconocimiento de este metal, puesto que los antiguos conocían el hierro y lo consideraban más valioso que cualquier otra joya, pero se trataba de hierro meteórico, es decir, procedente de meteoritos. El hierro meteórico era conocido tanto en Eurasia como en América (descrito más adelante).
Aunque durante milenios no hubo tecnología para trabajar minerales ferrosos, en el tercer milenio aC parece que algunos lo consiguieron: en las ruinas arqueológicas de Alaça Hüyük (Anatolia) aparecieron varias piezas de hierro artificial, entre ellas un alfiler, una especie de cuchilla y una espléndida daga con la empuñadura de oro. En el segundo milenio destacan un hacha de combate descubierta en Ugarit y, de nuevo, una daga con la hoja de hierro y una exquisita empuñadura de oro, que formaba parte del ajuar funerario de la tumba de Tutankamón. Las materias primas de estos primeros herreros debieron ser minerales como el hematites, limonita o magnetita, casi todos óxidos de hierro que ya eran utilizados para otros fines en la Prehistoria, por ejemplo para ayudar a eliminar impurezas de la fundición del cobre o como colorantes. De hecho se sospecha que en los hornos de fundición de cobre y bronce pudieron generarse pequeños residuos de hierro casi puro, a partir de los cuales comenzaría el conocimiento de la verdadera siderurgia.
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